Hola querido amigo, querida amiga, bienvenidos a una nueva reflexión de Cápsulas de Sabiduría. Hoy hablaremos de un tema que está directamente relacionado con la madurez del sujeto, con la madurez del individuo, y por lo tanto, con su libertad. Se trata, como el título lo indica, de ser nuestro propio juez.
Desde que nacemos estamos marcados por la mirada del otro, por la aprobación del otro. En el caso del infante, claramente esa mirada es la de la madre. Un gesto aprobatorio en la mirada de la madre genera risa y alegría en el bebé, mientras que por el contrario, un gesto parco, una mirada de desaprobación, genera el llanto y el temor del pequeño. En esa etapa, la figura de la madre para el bebé lo es todo, es su sostén, existe una dependencia total. Y todas las acciones del pequeño se ven juzgadas por la mirada de la madre, es ella quién determina qué está bien y qué está mal.
Y así, a medida que vamos creciendo vamos absorbiendo los distintos mandatos provenientes del resto de la familia, de la sociedad, de la cultura y del sistema. Estos mandatos se constituyen en paradigmas y van calando hondamente en la persona.
Por ejemplo, en la época actual, el sistema nos dice qué es lo que debemos hacer, tener, creer y saber para ser felices. Cómo nos debemos comportar en cada uno de los roles que nos da la sociedad: cómo nos debemos comportar para ser un buen hijo o una buena hija, como nos debemos comportar para ser un buen hermano o una buena hermana, y así con los otros roles sociales, esposo/esposa y padre/madre.
Si nos creemos el rol que nos toca asumir y no logramos trascenderlo, uno a uno irán cayendo sobre nosotros los mandatos sociales, el peso de la ley y las normas de convivencia de acuerdo a las costumbres de la época. Poco a poco dichos mandatos se hacen carne en nosotros mismos, y empiezan a conformar cadenas que nos sujetan en toda nuestra vida.
Sin embargo, si analizamos de dónde provienen esos mandatos, esa ley, esas normas, nos daremos cuenta que en todos los casos provienen del afuera, es el otro quién juzga nuestro accionar. ¿Y cómo podemos salir de esos mandatos? ¿Cómo podemos dejar de ser juzgados por el otro?
Pues bien, la respuesta es contundente: Siendo nosotros mismos quién juzga nuestro accionar. Siendo nosotros mismos nuestro propio juez. Sólo de esa manera dejaremos de estar sujetos a la mirada del otro, al juicio del otro. Una persona que sólo se rige por sus propios mandatos, por su propia ley, y recalcamos la palabra propia, es una persona libre, es un individuo con todas las letras. Es en ese momento cuando la persona va de la mano con la madurez, cuando se convierte en un sujeto maduro, dejando totalmente atrás la etapa infantil de dependencia absoluta hacia el otro. Uno mismo es quién debe fundarse y erigirse en su propio juez, uno mismo es quién debe juzgar sus acciones. Así es como se logra la libertad.
Ahora bien, la pregunta que cabe hacerse es la siguiente: si soy yo mi propio juez, ¿me está permitido hacer lo que quiera, lo que desee? ¿Vale todo? Pues claramente la respuesta es no. Mis acciones deberán ser juzgadas, ¿por quién? Por mi mismo.
Esto da lugar entonces a una nueva pregunta, una pregunta crucial: si soy yo mismo quién juzga mis acciones, ¿qué vara debo usar para juzgarlas? Pues bien, la vara para juzgar las acciones debe ser el amor. Ahí está la clave para ser individuos plenamente maduros, ser nuestro propio juez, midiendo, o juzgando nuestras acciones a través del amor. Así seremos plenos con nosotros y con los demás. Así permaneceremos fieles al Sí mismo, al Espíritu, rompiendo las cadenas de la mirada del otro.
El convertirnos en nuestro propio juez es una declaración de independencia hacia la vida, es afirmarle a la vida que somos autosuficientes, que no dependemos del otro para ser felices.
Bien, para terminar, les voy a leer un párrafo del libro Demian del escritor alemán Hermann Hesse (el cual sinceramente les recomiendo leer para que las verdades escritas en ese libro que tengan que resonar en su interior lo hagan desde la primera palabra).
El párrafo en cuestión dice así: “El que es demasiado cómodo para pensar por su cuenta y erigirse en su propio juez, se somete a las prohibiciones, tal como las encuentra. Eso es muy fácil. Pero otros sienten en sí su propia ley; a esos les están prohibidas cosas que los hombres de honor hacen diariamente y les están permitidas otras que normalmente están mal vistas. Cada cual tiene que responder de sí mismo”.
Querido amigo, querida amiga, date la oportunidad de ser tu propio juez, y que sea el amor la vara con la que juzgues tus acciones.
Gracias por escuchar y hasta el próximo encuentro.