Hola queridos amigos y amigas, bienvenidos a Cápsulas de Sabiduría. Hoy hablaremos sobre los distintos papeles que vamos interpretando a lo largo de la vida, como si la misma fuera un gran teatro dónde día a día salimos al escenario y comenzamos a actuar, la mayoría de las veces, sin darnos cuenta. Por eso el título de la charla de hoy es Rostros y Máscaras.
En el mundo en que vivimos, todo el tiempo, somos etiquetados por el otro. Pareciera que en la realidad circundante todo necesite ser definido, nombrado, clasificado, etiquetado. Y esto no hace más que marcar la intolerancia en la que vivimos, ya que todo debe ser encasillado.
Sin ir más lejos, pensemos en algunas etiquetas. Comencemos con las vinculadas a los roles sociales: apenas nacemos recibimos la primera etiqueta de la sociedad, la de hijo o hija. Comenzamos a crecer y recibimos la etiqueta de hermano o hermana. Luego nos casamos y tomamos el papel de esposo o esposa. Hasta que finalmente somos padres, y recibimos la mayor etiqueta a la que podemos aspirar en cuanto a roles, la de padre o madre.
Lo peligroso de ser etiquetados bajo un rol específico es que quedamos presos del arquetipo que tiene definida la sociedad para cada rol. Por ejemplo, cuando tomamos el papel de hijo o hija, la sociedad ya tiene escrito el guión de lo que es ser un buen hijo o un mal hijo. Si queremos ser uno bueno, debemos querer a nuestros padres, respetarlos, ir a la escuela, ser buenos estudiantes, comportarnos bien con las visitas, etc. En resumen, somos buenos hijos si obedecemos a nuestros padres (cualquier similitud con la iglesia católica es pura coincidencia). Y por el contrario, somos malos hijos si los desobedecemos. Y ojo si los desobedecemos, ahí sí que pasamos a ser la oveja negra de la familia, un alma descarriada.
Tomemos otro rol social, el que se deriva de las relaciones de pareja. Ya sea novio/novia, esposo/esposa o el que quieran. Apenas somos etiquetados con alguno de ellos, tenemos un papel que cumplir, un guión que seguir. En este caso, podríamos mencionar como partes de ese guión las siguientes: la esposa debe criar a los hijos, la esposa debe hacerse cargo de todo lo concerniente a la casa, el marido debe ser el sostén económico de la familia, y lo mejor de todo, es que la sociedad nos empieza a cuestionar cuando no cumplimos el papel tal cual está escrito.
Si no estamos en pareja, quién no tiene un familiar, amigo o conocido que comience con las preguntas de turno: ¿Cuándo te vas a poner de novio o novia? ¿Te estás viendo con alguien? ¿Cuándo vas a sentar cabeza? Y si hace un tiempo ya estamos en una relación, nunca falta la pregunta de cuándo piensan tener un hijo. Si bien esos cuestionamientos pueden venir con buena intención, una a una se van leyendo las líneas del guión, y el otro siempre está ahí para recordárnoslas.
Pasemos ahora a las etiquetas concernientes a las actividades laborales y profesionales. Nuevamente, en función de nuestro oficio, actividad o profesión, recibimos una etiqueta que nos encasilla y condiciona. Y por supuesto, existe un manual de las pautas que se deben seguir para cada profesión u oficio. Pensemos un poco, y veremos que tanto un médico, un abogado, un ingeniero, y ni que hablar los políticos, tienen un estereotipo bien marcado. Hay una forma de ser, o mejor dicho de “actuar” (nunca mejor usada esa palabra) para cada una de esas profesiones.
¿Y cuál es el problema de todo esto? ¿Qué consecuencias tiene recibir una etiqueta, posicionarnos en un arquetipo? La respuesta es simple y contundente: el problema de todo eso es que dejamos de ser nosotros mismos. El individuo se va drenando en el papel que interpreta.
Cuando nos creemos el papel que nos toca interpretar, actuamos como robots, en piloto automático, en total inconsciencia. Por eso todos los políticos suenan iguales, todos los médicos tienen el mismo discurso, y ni hablar de los economistas, financistas o abogados. Cada uno de esos papeles son máscaras, disfraces que se nos hacen carne y nos alejan de nosotros mismos.
Desde un punto de vista psicológico, podríamos decir entonces que el rostro es el sujeto, el individuo, mientras que la máscara es la personalidad. Y lamentablemente, cuando rostro y máscara no coinciden, cuando no somos nosotros mismos, se genera la neurosis. Y la mayoría de la gente anda así por la vida, con una máscara que no es representativa de su rostro. Por eso la gran cantidad de casos de depresión y angustia que aquejan a la sociedad actual.
Una película que aborda este tema de rostros y máscaras con gran lucidez es El Compromiso (The Arrangement) una película de 1969 dirigida por Elia Kazan y protagonizada por Kirk Douglas (el padre de Michael Douglas) y Faye Dunaway. Además de estar acompañada por una banda de sonido exquisita, melodías compuestas por David Amram que invitan al sujeto a reflexionar sobre la vida. En dicha película se muestra la crisis en la que se ve inmerso el protagonista por llevar una vida dominada por los mandatos del afuera.
Otras películas que exponen este tema de las máscaras, son El Discreto Encanto de la Burguesía de Luis Buñuel, y las películas del genial Ingmar Bergman, El Mago y Sonrisas de una Noche de Verano. En todas ellas, quedan manifestadas las máscaras de los personajes en los extravagantes peinados, los excesos de maquillaje y la sobre actuación de sus papeles.
En fin, queridos amigos, espero que estas palabras resuenen en nuestro interior de modo que siempre seamos nosotros mismos en todas las circunstancias de la vida.
Gracias por escuchar y hasta el próximo encuentro.