Hola queridos amigos, bienvenidos a un nuevo encuentro de Cápsulas de Sabiduría. Hoy hablaremos sobre los tres niveles de conciencia que están presentes en nosotros: la personalidad, el alma y el Espíritu.
Como habíamos visto en la charla sobre quiénes somos, nuestra esencia, lo que realmente somos, es algo que está más allá de nuestro cuerpo físico, nuestras emociones y nuestros pensamientos. A eso trascendente, a eso que va más allá de todo lo podemos llamar como más nos guste: el Espíritu, el Origen, el Ser, el Sí mismo, el Self, el Yo Soy, el Yo Superior, la Corriente o Chispa de Vida, o simplemente el Amor.
Otro término que se suele usar para indicar ese algo trascendente en nosotros, esa esencia que somos, es el término de alma. Sin embargo, aquí utilizaremos el término alma para referirnos a un nivel de conciencia por debajo del Espíritu, por debajo de nuestra real esencia. De esta forma, podremos distinguir o diferenciar tres niveles de conciencia en nosotros: la personalidad, el alma y el Espíritu. En ese orden, vemos los niveles de importancia, del inferior, la personalidad, al superior, el Espíritu.
Nosotros consideraremos a la personalidad como el registro de la vida presente. Todo lo que nos acontece en la vida presente queda registrado en la personalidad. Este nivel sería el que considera la psicología actual, donde se localizan asientos conscientes, preconscientes e inconscientes, todos ellos pertenecientes a la vida presente.
Ahora bien, si damos lugar a la idea de la reencarnación, si damos lugar a la idea de vidas pasadas, entonces llegaremos al concepto de alma con el que nos referiremos aquí. De esta forma, el alma la podemos pensar como el registro de las vidas pasadas, el registro de las vidas anteriores.
Y por sobre la personalidad y el alma, por sobre los registros de nuestras vidas, tanto de la presente como de las anteriores, está el Espíritu, la esencia que sostiene todo.
Entonces, para asentar lo que mencionamos, lo volvemos a repetir. En el primer nivel de conciencia, el inferior, tenemos a la personalidad. La misma también se suele denominar ego, Yo Inferior o simplemente Yo. Y corresponde al registro de una vida, al de la vida presente. Luego tenemos al alma. La misma corresponde a los registros de varias vidas, las de nuestras vidas anteriores; por eso se dice que el alma es el registro de lo milenario. Al alma también se la suele denominar como psique o ánima. Y por último, tenemos el nivel superior, el Sí mismo, el Espíritu.
Como podemos ver, tanto la personalidad como el alma están sujetos a los efectos del tiempo cronológico, a los efectos de cronos. En cambio, el Espíritu es atemporal, no hay tiempo en ese plano. El Espíritu es como la roca, la piedra que no necesita devenir en el tiempo. Por eso al Espíritu también se lo denomina Origen, ya que allí no hay tiempo. Y bajo este razonamiento se puede entender la frase iniciática que dice que en la vida todo consiste en retornar al Origen. Como rompe con las cadenas del tiempo, el Espíritu es inmutable, no cambia. El alma y la personalidad si son cambiantes, están sometidos a los vaivenes del tiempo cronológico.
Esta diferencia que marcamos entre el alma y el Espíritu también la podemos pensar en términos de la forma. Bajo este enfoque, podemos decir que el Espíritu es circular, esférico, en cambio el alma es una espiral. En el centro de ese círculo, de esa esfera que es el Espíritu está el Misterio, la Luz, el Origen, el Motor Inmóvil, el Paraíso, la Vida. El Espíritu es la presencia de lo infinito en lo finito.
Otra diferencia entre el alma y el Espíritu viene dada por la búsqueda hacia la que van, por lo que buscan cada uno de ellos: el alma busca la salvación, en cambio, el Espíritu busca la liberación. ¿La liberación de qué busca el Espíritu? La liberación de todo lo que viene de afuera, de todo lo que no es propio, de todos los paradigmas y arquetipos. Todos los arquetipos, culturales, sociales y familiares. Romper el paradigma de hijo, hija, padre, madre. Eso es ser libre. El alma, por su parte, busca la supervivencia, la salvación. Lo más deseado por el alma es la pureza, ya que el alma cree que con eso se garantiza la salvación. Por eso al alma le encanta el sufrimiento, el dolor, la tragedia, pensando que con eso evoluciona y en realidad es mentira, es una ilusión. Con eso, el alma, se cierra al Amor, a la abundancia del Espíritu. El alma cree que haciendo los méritos suficientes, cumpliendo, el otro la va a recompensar. Es una postura pasiva.
Lo mismo sucede con la personalidad, la cual siempre está postergando las cosas, siempre está posponiendo; piensa demasiado y no actúa, siente demasiado y no actúa, o bien hace demasiado para no actuar. Es el típico ejemplo de la persona que hace cientos de actividades, pero en definitiva no va a fondo en ninguna. A diferencia de dichas posturas, la del Espíritu es activa. Por eso se dice que el alma es pasiva y el Espíritu es activo.
El Espíritu lo que busca es romper el paradigma de la ley del afuera, busca romper con el paradigma de la vida y la muerte. Por eso el Espíritu es inmortal. Por eso el Espíritu es Amor. Como habíamos dicho en una charla anterior, Amor viene de a-mort, lo que no muere, lo que está más allá de la muerte. Esa es la liberación que busca el Espíritu. Como el Espíritu permanece en el Origen, no deviene en el tiempo, y por lo tanto, para volver a él no hay nada que salvar o rescatar.
Otra diferencia a mencionar es que el alma está polarizada hacia la fe; el Espíritu, en cambio, hacia la certeza. La esperanza, la fe, son del alma. La certeza es del Espíritu. Aquí podemos notar entonces que la visión de la casta sacerdotal en general, la visión de la mayoría de las religiones actuales, viene de la postura del alma, donde mediante la fe y la esperanza, mediante la pureza del alma, lograremos la salvación. En cambio, la visión de los guerreros, de los héroes viene de la postura del Espíritu, del Sí mismo; donde se busca la liberación de todo lo que no es propio.
Por eso, cuando el Espíritu queda preso de los designios del alma y de la personalidad se habla de encadenamiento espiritual. El mundo es el calabozo del cual debemos liberarnos, ir más allá de los mandatos del otro; salir de ese encadenamiento espiritual. La personalidad y el alma deben ser aliados del Espíritu. Deben reconocer al Espíritu como amo. La personalidad debe ser el guardián de la morada del Espíritu, de su fortaleza; y el alma el vigía, aprovechar sus registros milenarios, para observar cautelosamente desde la torre de la fortaleza. Ahí, en ese caso, alma y personalidad son aliados del Espíritu. Es en ese caso cuando logramos integrar nuestra personalidad y nuestra alma en el Sí mismo.
Allí, en las moradas del Sí mismo, en eso que hace referencia a lo increado, es donde logramos reconocer la inmortalidad del Espíritu. Reconocer el Espíritu inmortal es reconocer nuestra propia divinidad. Porque al fin y al cabo, mis amigos, individualizarse es inmortalizarse.
Hasta aquí llegamos con la reflexión de hoy. Gracias por escuchar y hasta la próxima.