Hola queridos amigos, bienvenidos a un nuevo encuentro de Cápsulas de Sabiduría. Hoy hablaremos sobre una de las expresiones más sublimes del arte: la música.
Todos sabemos de lo que hablamos cuando nos referimos a ella, no hace falta ser un erudito en la materia para poder disfrutarla. Pareciera que la razón es dejada a un lado cuando nos disponemos a escuchar una melodía. Por supuesto que deberá tener una cierta composición que haga a su belleza; la melodía, la armonía y el ritmo deberán estar en su justa medida, pero aún así lo que transmite la música está más allá de lo que podemos captar con la mente. En ese arte de combinar sonidos y silencios se esconde algo más, algo que está más allá de nuestra comprensión.
¿Qué es eso que subyace detrás de las notas musicales? ¿Qué es eso que está detrás de los sonidos y silencios?
Pues bien, para Beethoven, sin dudas un entendido en la materia, la música era una revelación más alta que la filosofía. Siguiendo la idea de esta proposición, podemos ver que la música se trata de algo más trascendente que la filosofía, es más, Beethoven decía que se trataba de una revelación. La pregunta que nos podemos hacer entonces es la siguiente, ¿qué es lo que revela la música? ¿Qué se pone de manifiesto cuando escuchamos una melodía? Bien, hacía ahí vamos.
Evidentemente, no hace falta que haya palabras para que podamos conectarnos con una melodía. Sólo con el sonido podemos llegar a experimentar algo que está más allá de nuestro entendimiento.
Según el filósofo alemán Arthur Schopenhauer la música es el modo más elevado de captación de la Voluntad, es decir, la música es un medio que nos permite experimentar nuestra esencia, el Ser. A eso se refería Schopenhauer con Voluntad, al Ser. Ahí está la respuesta de lo que subyace tras la música, es una forma de captar nuestro Espíritu.
Es que justamente, el sonido es un atributo del Espíritu, es lo que estaba antes del lenguaje, antes del concepto, antes de la evolución humana. Por eso la música es el arte más elevado de todos, porque está conectado de forma directa con el Espíritu.
En la obra El Nacimiento de la Tragedia, Nietzsche afirma la idea de Schopenhauer de que la música es la expresión primaria de la esencia de todo. En dicha obra, Nietzsche define al arte como la actividad verdaderamente metafísica del hombre y postula que no es la ley moral sino la música el eje a partir del cual podemos llegar aunque sea momentáneamente a percibir la totalidad.
En ese trabajo, aparece por primera vez la idea de que la naturaleza humana está constituida por dos elementos: lo apolíneo y lo dionisíaco. Ambos conceptos están basados en la mitología de la antigua Grecia, hacen referencia a los dioses Apolo y Dioniso. Apolo es el Dios de la medida, del conocimiento, del dominio de sí. Este elemento manifiesta lo puramente racional. Es también el causante del dolor, pues lo apolíneo conlleva a la fragmentación.
Por su parte, lo dionisíaco representa lo irracional, el aspecto oscuro y emocional de las cosas, la voluntad. Esta idea viene de los cultos dionisíacos en los cuales se celebraban los juegos de la vida y de la muerte y en ellos valía todo. En dichos ritos religiosos la exaltación y el entusiasmo, como en una especie de embriaguez, sumergían a la persona en el olvido de sí mismo, de algún modo, la persona se lograba fusionar con la totalidad.
De esta forma, si Apolo expresa el impulso hacia la fragmentación, lo dionisíaco expresa el impulso hacia la unidad, el desbordamiento apasionado y entusiasta, la afirmación de la vida. Por lo tanto, la música es lo dionisíaco propiamente dicho. Lo que escuchamos como música es la cualidad dionisíaca, energética.
En una obra de teatro o una ópera, donde haya representación más música, la escena, el texto, la representación del argumento es lo apolíneo mientras que la música es lo dionisíaco. Es digno de destacar que la representación, es decir, lo apolíneo está sujeto al tiempo, a la época. La música, lo dionisíaco, no; va más allá del tiempo, va más allá de la época. Por eso la música es liberadora, porque rompe con las cadenas de cronos.
Para tener una vida plena, ambos aspectos, lo apolíneo y lo dionisíaco tienen que estar integrados. Por eso para Nietzsche el mundo occidental estaba enfermo porque había negado la vida reprimiendo lo dionisíaco. Y por lo tanto, la cura a esa enfermedad estaba en volver a incorporar lo dionisíaco, lo extático; integrarlo en nuestra realidad volviendo a la música.
En este marco, la música no es más que la manifestación del Ser, del Espíritu, de la vida. Y la melodía entonces podría interpretarse como la expresión de la marcha misma de la vida.
Quien no se emociona al escuchar las bandas de sonido de películas como Lawrence de Arabia, La Misión o 2001: Odisea del Espacio. Como no conmoverse con la Tocata y Fuga en Re Menor de Bach, la Serenata No. 13 de Mozart, la Novena Sinfonía de Beethoven o la Cabalgata de las Valquirias y el preludio del Parsifal de Wagner.
Debemos dejar que la música y los temas que nos gusten resuenen en nuestro interior. Dejarnos llevar por la música, escuchar los temas que esconden verdades para nosotros, que nos resuenan. Detrás de la música esta nuestra propia verdad. Por eso, la música es sanadora, porque libera. Dejemos entonces que la música nos conecte con nuestro propio Ser.
Hasta aquí llegamos con la reflexión de hoy. Gracias por escuchar y hasta la próxima.