Hola queridos amigos, bienvenidos a un nuevo encuentro de Cápsulas de Sabiduría. Hoy hablaremos sobre la antigua práctica de la alquimia, disciplina de gran hermetismo que se practicó durante miles de años.
Alquimia es una palabra de origen árabe que se puede interpretar como el arte de transmutar los metales. Según los antiguos registros la alquimia habría sido fundada en Egipto por el gran Hermes Trismegisto. Dicha disciplina consistía en experimentar con diversas sustancias de modo de lograr transformar los metales comunes en oro. El agente transmutador capaz de realizar esa transformación recibía el nombre de piedra filosofal. De esta forma, la finalidad de la alquimia consistía en encontrar ese agente transmutador, la piedra filosofal.
Por supuesto, la verdadera finalidad de la alquimia no consistía en producir oro material, sino que desde un punto de vista más trascendente, el oro que se buscaba era el oro filosófico o espiritual. El verdadero objetivo no era transformar materia sino que se buscaba la propia transformación espiritual.
Si bien la alquimia dejó de practicarse durante los siglos XVII y XVIII, fueron unos doscientos años después cuando el psicoanalista Carl Gustav Jung encontró conceptos muy profundos e interesantes en esta disciplina y los vinculó con el análisis psíquico. Jung se dio cuenta que había una equivalencia, un paralelismo entre la practica realizada por el alquimista y el proceso de individuación de cualquier persona. Esa transformación en oro que buscaba el alquimista sólo era posible a través de la piedra filosofal. Del mismo modo, la clave para pasar de la personalidad a la grandeza del Espíritu, estaba en el Sí mismo. Por lo tanto para Jung, la piedra filosofal del alquimista era un símbolo del Sí mismo. Es para remarcar dicha coincidencia, ya que uno de los símbolos por excelencia del Espíritu es la roca, la roca que permanece inalterable más allá del tiempo. Tanto el alquimista como cualquier persona se deben embarcar en un viaje interior a través de su propia sombra u oscuridad para iluminar desde el Sí mismo sus propias tinieblas y emerger así como un individuo libre y renovado, un viaje interno que produce una transformación total.
Para Jung, lo valioso que había encontrado la alquimia era la capacidad de poder integrar opuestos. La alquimia era capaz de extraer la sombra de la luz y la luz de la sombra. Incluso, en la mayoría de los manuscritos alquímicos, se suele representar al alquimista junto a una mujer que lo ayuda, indicando claramente la unión de opuestos como requisito para encontrar la piedra filosofal.
Todos tenemos luz y sombra, y no se trata de eliminar alguna de ellas para ser de forma íntegra, sino que la clave es unir ambos, que la luz y la sombra sean una sola cosa, así es cuando nos convertimos en nosotros mismos, cuando integramos los opuestos logramos ser totalmente nosotros mismos. Debemos asimilar en nosotros eso que parece ser incompatible, irreconciliable. De esta forma, la potencia de ese opuesto se convertirá en un aliado nuestro. Los opuestos no hay que destruirlos, hay que integrarlos a nuestra realidad. Mi realidad con la realidad del otro. Se produce una sublimación de los opuestos, que se sintetizan en un plano superior, en una realidad superior, en algo más sutil. Esa es la integración.
En cambio, cuando no hay integración, no hay unión, y por lo tanto, hay dolor. Siempre lo que duele es lo que no está unido, lo que no está integrado en el sujeto.
¿Y cómo logramos esa integración? ¿Cómo logramos unir opuestos?
La integración de opuestos se logra con Amor. Esa asimilación de opuestos con Amor es nada más y nada menos que la alquimia. Por eso, es importante destacar que la renuncia no es un camino para el sujeto, pues quien renuncia a algo es porque no lo pudo integrar. De alguna manera debemos dar respuesta a nuestros propios elementos oscuros, a nuestra propia sombra. Ahí es cuando despertamos. Ahí nos damos cuenta que lo mismo que enferma, cura, lo mismo que causa la caída, produce la elevación.
¿Y qué es lo que hace que algo que puede ser un veneno, sea también alimento? ¿Qué es lo que hace que algo que pueda generar la enfermedad también genere la cura?
La respuesta está en la proporción de ese algo, en la alquimia. Por eso, la clave no está en reprimir algo, sino en integrarlo. Recordemos que Freud decía que todo lo que se reprime se potencializa, por lo tanto, la respuesta no está en reprimir sino en integrar.
De alguna manera, integrar los opuestos o los arquetipos es hacerlos jugar a nuestro favor. Es decir, debe ser el sujeto el que use al arquetipo y no al revés. Por eso, cada uno debe forjar y templar la espada del Espíritu. Para eso están las circunstancias de la vida, propias y particulares de cada uno, para que las integremos, como en el templado del acero, proceso que produce la integración de elementos opuestos a través del cual se logra endurecer al acero en cuestión. Es a través de las circunstancias de la vida que forjamos y templamos la espada de nuestro Espíritu, del Sí mismo. Con ella nos convertimos en nuestro propio héroe, con ella cortamos las cadenas del otro, con ella somos libres.
Por eso, luego de conocernos a nosotros mismos debemos probarnos en el mundo. Porque es allí, en el mundo, dónde forjamos la espada del Sí mismo.
Hasta aquí llegamos con la reflexión de hoy. Hasta la próxima y gracias por escuchar.