Hola queridos amigos, bienvenidos a un nuevo encuentro de Cápsulas de Sabiduría. Hoy hablaremos sobre dos temas que en general suelen estar contrapuestos: el destino y el libre albedrío.
Se suele pensar al destino como algo que está por arriba de nosotros, fuera de nuestro control, que de alguna manera va rigiendo los pasos que vamos dando durante nuestra vida. De esta forma, el destino nos iría llevando hacia ciertos eventos y circunstancias que no se podrían eludir. Por el contrario, al libre albedrío se lo suele concebir como el poder de elección que tiene una persona, esa capacidad de tomar decisiones propias, sin estar sometido a influencias externas.
Como vemos, a priori ambos conceptos parecen estar en veredas opuestas. Si lo analizamos con atención, el debate entre destino y libre albedrío, es el eterno debate entre determinismo y libertad, entre causalidad y casualidad.
Las ciencias llegaron a un punto que parecen explicarlo todo, todo nuestro comportamiento queda reducido como complejos procesos de causalidad. Bajo este punto de vista, todo en nuestra vida estaría determinado, podríamos decir que nuestro destino queda definido por nuestros genes, nuestra niñez o nuestra cultura. Por supuesto que hay ciertos aspectos psicológicos y genéticos que pueden predisponernos hacia ciertos caminos, sin embargo, pese a todo, yo creo que la última palabra la tiene siempre el individuo. Es el individuo, el sujeto quien en última instancia tiene la responsabilidad de llevar la vida hacia donde él desea, es él quien en definitiva juega con las cartas que le repartió la vida. Con las muchas o pocas herramientas que tengamos somos nosotros quienes deberemos dar respuesta ante las circunstancias de la vida.
Si vamos a fondo, nos daremos cuenta que un hombre libre se crea a sí mismo, no lo crea un dios externo a él. El verdadero libre albedrío se da cuando no seguimos los mandatos del otro, cuando dejamos de ser objeto del deseo del otro y pasamos a ser sujeto de nuestro propio deseo.
En la vida, la mayoría de la gente está en el lugar en el que está por azar, por casualidad. Están en ese lugar porque les aconteció, las circunstancias externas lo llevaron poco a poco al lugar donde se encuentra. En general, lo que obtuvieron, lo que consiguieron, lo tienen por azar, no hay una idea muy clara de cómo lo lograron; y por lo tanto, pueden perder todo también por azar. Y esto es en todos los ámbitos, material y emocional. De un día para el otro la persona puede pasar de tenerlo todo a no tener nada. Podríamos decir entonces que la mayoría de la gente llega al lugar donde está por casualidad, no tiene idea de cómo llegó ahí. Son habitantes circunstanciales de esa condición. Eso sucede cuando nos dejamos llevar por las creencias del afuera, cuando nos dejamos tironear por los mandatos y arquetipos de turno, cuando dejamos de ser fieles a nosotros mismos. Y ahí es cuando se suele decir que fue el destino quien nos hizo llegar a esa situación.
Si enfocamos la lupa con atención, el destino juega el rol de algo externo a nosotros, algo que está fuera de nuestro control. En ese caso podría pensarse al destino como una fuerza divina externa a nosotros, un dios externo. Por eso como dijimos antes, el hombre que es verdaderamente libre se crea a sí mismo, no lo crea un dios. Y para eso no hay otro camino que el de polarizarnos hacia el Sí mismo.
Eso es lo que se pone en juego en la individuación, estar en la vida por posición propia, por respuesta propia. Dejar de estar en la vida por azar a estar por posición, lograr nuestra propia posición. Estar por posición es tener un punto de apoyo en la vida, eso posibilita no quedar a merced del otro que es lo que sucede cuando se está por azar.
Por supuesto que podremos tener diversas influencias y es posible que el destino nos pueda ubicar en cierto lugar en la vida, pero desde ese punto quedará en nosotros el camino a seguir, quedará en nosotros tomar nuestro propio camino. Y ahí está la clave para lograr lo que verdaderamente deseamos, la clave está en el camino propio.
En general, cuando no tenemos los resultados que esperamos es porque el camino que transitamos no es el nuestro. Para lograr lo que deseamos debemos ir desde lo propio. Debemos tomar la postura del peregrino, del caminante, del viajero. ¿Y cuál es esa postura? Es la postura del que viaja; del que viajando, transita sus propios infiernos y sus propios cielos (es decir, desciende y asciende), y dando respuesta a todo eso adquiere sabiduría, despierta. De esa forma, llegará al verdadero destino del viaje, la morada del Sí mismo, del Espíritu.
Para ir terminando, les voy a leer un fragmento del libro Demian del escritor Hermann Hesse. En dicho fragmento se refleja eso que dijimos de que un hombre libre es el que se crea a sí mismo, el que toma la decisión de convertirse en un individuo. El fragmento dice así: “Yo había jugado a menudo con imágenes del futuro y soñado con papeles que me pudieran estar destinados, de poeta quizá, de profeta, de pintor o de cualquier otra cosa. Aquellas imágenes no valían nada. Yo no estaba en el mundo para escribir, predicar o pintar; ni yo ni nadie estaban para eso. Tales cosas sólo podían surgir marginalmente. La misión verdadera de cada uno era llegar a sí mismo. Se podía llegar a poeta o a loco, a profeta o a criminal; eso no era asunto de uno: a fin de cuentas, carecía de toda importancia. Lo que importaba era encontrar su propio destino, no un destino cualquiera sino el propio, y vivirlo por completo. Todo lo demás eran medianías, un intento de evasión, de buscar refugio en el ideal de la masa; era amoldarse; era miedo ante la propia individualidad”.
Bien, hasta aquí llegamos por el día de hoy. Para despedirnos, les recomiendo escuchar la canción de Joan Manuel Serrat que sabiamente dice: caminante no hay camino, se hace camino al andar.
Gracias por escuchar y hasta la próxima.