Reflexión #061

Dándole un Rostro a Nuestra Alma: Ánima y Ánimus – Carl Gustav Jung – Análisis y ejemplos

Hola queridos amigos, bienvenidos a un nuevo encuentro de Cápsulas de Sabiduría. Hoy hablaremos sobre dos figuras psíquicas que están relacionadas con los aspectos femenino y masculino: el ánima y el ánimus.

Ambos conceptos, que fueron introducidos por el psicoanalista Carl Gustav Jung, constituyen lo que se conoce como imagen anímica. Nuestra personalidad, entendida aquí como esa parte de nuestra conciencia que se encarga de interactuar con el mundo exterior, es decir, esa máscara que todos nos ponemos y que queda definida bajo nuestro rol social, profesión o nacionalidad, está compensada por una contraparte inconsciente denominada imagen anímica. Es decir, la personalidad, esa parte consciente que forma nuestra máscara ante la sociedad, tiene un aspecto inconsciente que es la imagen anímica, es decir, la imagen de nuestra alma.

Según Jung, dicha imagen inconsciente está representada siempre por el sexo opuesto del individuo. De esta forma, la imagen anímica del hombre es femenina, y Jung la denominó ánima. Por su parte, la imagen anímica de la mujer es masculina, y Jung la denominó ánimus. Dichas imágenes, de carácter colectivo, se presentan en los sueños, mitos y fantasías, y en general, es proyectada a individuos del sexo opuesto, sobre todo en la etapa de enamoramiento.

En términos generales, la imagen anímica funciona como una guía de nuestra propia alma y brinda posibilidades creativas para el proceso de individuación. Tanto el ánima como el ánimus, revelan la imagen interna que tenemos del sexo opuesto. En el caso del ánima, la misma representaría así la imagen de lo eterno femenino, la imagen de la mujer en el inconsciente colectivo del hombre. Puede tomar diversas formas, pero siempre está vinculado al principio Eros, es decir, al principio del amor. Algunas de las figuras que puede tomar el ánima incluyen las de diosas, sacerdotisas, hechiceras, figuras maternas, vírgenes, doncellas, prostitutas, o bien una combinación de todas ellas. Puede actuar como una musa inspiradora o una mujer fatal.

Por su parte, el ánimus representaría la imagen de lo eterno masculino, la imagen del hombre en el inconsciente colectivo de la mujer. También puede tomar diversas formas, pero el rasgo distintivo es su vinculación con el principio Logos, es decir, el principio de la razón. Algunas de las figuras que puede tomar el ánimus incluyen las de figuras paternas, hombres heroicos, médicos y sacerdotes, hombres famosos y otras figuras idealizadas.

Algo importante de remarcar, es que como la imagen anímica pertenece a lo colectivo, a lo general, lo primero que debe hacerse es darle un rostro propio a nuestra ánima o ánimus. Debemos diferenciar nuestra alma del alma colectiva. De algún modo, debemos individualizarla. Es decir, debemos darle un rostro individual a lo que antes era general. Si esto no se hace, si no hay un ánima propia para el hombre, o un ánimus propio para la mujer, no hay alma diferenciada. Se sigue estando en un alma colectiva, en los arquetipos de la época. Debemos salir del alma colectiva, del alma general, y apropiarnos de nuestra alma, de modo que sea individual. Debemos resignificar al alma en ánima o ánimus, ya que en definitiva, para el hombre, el ánima constituye su alma individual, su propia alma. Y para la mujer, su alma individual, su propia alma es el ánimus.

Ahora bien, tanto con el ánima como con el ánimus el problema se genera cuando se produce una identificación excesiva con la propia imagen anímica o cuando se la proyecta a individuos del sexo opuesto. En este último caso, cuando se proyecta el ideal sobre la otra persona, con el tiempo siempre deviene la desilusión al comprobar que la pareja no está a la altura de las expectativas. Obviamente, nunca va a estar a la altura ya que nunca podrá encarnar nuestro ideal, ya que en definitiva, cuando le damos un rostro propio a nuestra ánima o ánimus, estamos definiendo nuestro ideal del sexo opuesto.

Con todo esto, podemos ver como en nosotros conviven las polaridades de lo masculino y lo femenino. Nuevamente, al igual de lo que vimos anteriormente con la sombra, la clave está en integrar ambos polos. Integrar lo masculino y lo femenino que hay en nosotros. Es decir, integrar nuestro polo masculino o femenino de nuestra personalidad, con el polo opuesto de nuestra imagen anímica.

De algún modo, podríamos decir que en el hombre, su polaridad masculina, el ánimus, viene dado en lo externo, en su personalidad; su virilidad, su masculinidad es consciente. Mientras que el ánima, su polaridad femenina, viene dado en lo interno, en la imagen anímica; es inconsciente. De la misma manera, en la mujer, su polaridad femenina, el ánima, viene dado en lo externo, en su personalidad; su femineidad es consciente. Y el ánimus, su polaridad masculina, viene dado en lo interno, en la imagen anímica; es inconsciente.

De esta forma, lo que debemos hacer es enlazar el ánima y el ánimus, integrarlas. Es decir, debemos integrar los polos masculino y femenino que están dentro de nosotros. Esta integración con el ánima o el ánimus debe hacerse internamente, ya que como dijimos, constituye nuestro ideal, no es una persona de carne y hueso. No debemos proyectar ese ideal en alguien y casarnos físicamente. Ese casamiento debe ser interno en nosotros, ese vínculo con nuestra imagen anímica no es para humanizarlo, es para vivirlo internamente.

Esa unión interna es lo que justamente se conoce como boda alquímica, que es la unión entre el alma y el Espíritu. Ese matrimonio o casamiento interior es lo que produce la integración de ambas polaridades, la masculina y la femenina; esto es para el Espíritu, para el proceso de individuación. Por eso no se debe proyectar nuestra imagen anímica en el otro y casarnos con él o ella. Se debe hacer una resignificación, en lo interno un rostro, nuestra ánima o ánimus, y en lo externo, en el mundo, en lo real, una mujer o un hombre que siga su propio Ser, ya que la verdadera unión es la de dos individuos.

Una película muy interesante donde se manifiesta la figura del ánima para el hombre es El retrato de Jennie, una película del año 1948 donde el protagonista, un artista que se encuentra sin pasión, sin rumbo en la vida, conoce a una misteriosa mujer que termina siendo su inspiración. Claramente dicha mujer representa el ánima del protagonista. Dentro de las obras literarias, otro ejemplo del ánima para el hombre lo tenemos en la obra Fausto de Goethe. En ella, Fausto sueña con poseer a Helena de Troya, quien representa nada más y nada menos que su propia ánima.

Por último, una película que ejemplifica los problemas que surgen cuando proyectamos nuestra imagen anímica en otro individuo, es Gertrud, la película de 1964 del director danés Carl Theodor Dreyer. En dicha película podemos ver como la protagonista, al no integrar su ánimus en su interior, está a la búsqueda de ese amor ideal en el afuera, y por lo tanto, está destinada al fracaso en todas sus relaciones.

Bien, sólo para terminar, y a modo de recordatorio, como habíamos visto en el encuentro anterior, si no se concientiza la sombra no hay individuación. Si eso no sucede quedamos encadenados a la sombra. Por eso debemos incorporar nuestra propia sombra. Y además, con lo que vimos hoy, debemos integrar también nuestra propia ánima o ánimus y reencontrar así nuestro Sí mismo. Integrando nuestra sombra e integrando nuestra imagen anímica, quedamos a las puertas de la individuación. Logramos salir de una vez por todas del eterno retorno.

Hasta aquí llegamos con la reflexión de hoy.

Gracias por escuchar y hasta la próxima.

Algo importante de remarcar, es que como la imagen anímica pertenece a lo colectivo, a lo general, lo primero que debe hacerse es darle un rostro propio a nuestra ánima o ánimus. Debemos diferenciar nuestra alma del alma colectiva. De algún modo, debemos individualizarla. Es decir, debemos darle un rostro individual a lo que antes era general.


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INFO RECOMENDADA PARA ESTA REFLEXIÓN:

Carl Gustav Jung
El Retrato de Jennie (1948)
Libro Fausto
Gertrud (1964)